1.
Descripción general
Este
mapa coroplético[1] representa la densidad de población
por Comunidades Autónomas de España. Los efectivos demográficos en España
ascendían, en 2013, a 46.507.760 personas.
Su
distribución espacial se analiza mediante la densidad de población, que
relaciona la población de una zona con su superficie en kilómetro cuadrados. De
este modo, nos vamos a encontrar con comunidades con un índice de densidad de
población alta (más de 100 hab./Km2, color marrón oscuro de
la leyenda), como son Madrid, Asturias, Cantabria, País Vasco, Cataluña,
Comunidad Valenciana, Baleares y Canarias, además de Ceuta y Melilla; un índice
de población medio (entre 50-100 hab./km2, color marrón claro) en
el que integrarían Andalucía, Murcia, Galicia, La Rioja y Navarra; e índice de
población bajo (entre 0-50 hab./km2, color blanco).
La
densidad de población española ha ido aumentando a lo largo del tiempo hasta
situarse en 92 hab/Km2 (2013), un valor moderado e inferior a la media europea
que sobrepasa los 110 hab/km2. Sin embargo este valor esconde fuertes
desequilibrios espaciales entre áreas de concentración, que superan el promedio
nacional, y áreas de despoblamiento donde no se alcanzaban los 25 hab/km2.
Las áreas de alta densidad se localizan, como hemos visto,
en Madrid, la periferia peninsular, Baleares, Canarias, Ceuta y Melilla.
Mientras que las áreas de baja densidad se sitúan
en el interior, correspondiendo las cifras bajas a algunas áreas de montaña
(menos de 10 hab/km2).
2.
Desarrollo
Los
factores que explican esta irregular y descompensada distribución han venido
marcados por su relación con los procesos históricos que se han ido dando en España
a lo largo de los siglos anteriores pues la población crece desde los 10
millones de habitantes (s.XVI) hasta los 46 actuales. Durante la época
preindustrial, de economía española básicamente agraria, tuvieron más peso
a la hora de explicar la densidad demográfica los factores
naturales. Así, las mayores densidades se situaban en las costas de
relieve llano e invierno suave –principalmente, mediterráneo-, en contraste con
las elevadas llanuras del interior peninsular, de inviernos rigurosos.
No
obstante, también, influían factores humanos. Sin ir más lejos, en el siglo XVI, el descubrimiento de América dio
a Castilla una gran prosperidad económica,
convirtiéndola en la zona más poblada de la Península (alcanzando 15,8 hab/km2
frente a 8,7 hab/km2 en Andalucía y 9 hab/km2 en Galicia). Pero, un siglo más
tarde, la crisis económica y demográfica, de la que Castilla tardó
en recuperarse, originó movimientos de población hacia la periferia.
Como consecuencia, en el siglo XVIII la situación
se había invertido: las densidades más altas se situaban en las regiones
costeras e insulares gracias a un floreciente comercio marítimo, y las
densidades más bajas, en el interior, perdiendo cada vez mayor relevancia
social y económica. Tampoco hubo políticas activas desde el Estado para impedir
esta irreversible pérdida de población.
En la
época industrial, entre mediados del siglo XIX y la
crisis de 1975, los factores naturales perdieron
importancia y se consolidaron y agudizaron los contrastes en la distribución de la población.
Aumentaron su peso Madrid (capital y centro financiero del
Estado) y las regiones periféricas, en unos casos por su alto crecimiento natural (Galicia, Andalucía y Murcia), y
en otros por la instalación de actividades económicas que
atrajeron población, como la industria (primero en Asturias, País Vasco y
Cataluña, luego, ejes Ebro y Mediterráneo) y el turismo (litoral
mediterráneo e insular). Mientras las regiones del interior siguieron
perdiendo peso demográfico.
Y,
finalmente, en la época postindustrial, a partir de la crisis
de 1975, tienden a mitigarse los contrastes. La crisis redujo la atracción de
las áreas industrializadas, y disminuyó las salidas de las zonas
tradicionalmente emigratorias del interior, que incluso recibieron emigrantes
retornados.
Tras
la crisis, los factores actuales son:
1.
Primacía de los servicios (que se han ido desarrollando en las
zonas con mayor tejido industrial e impulso del sector terciario como las zonas
turísticas). 2. Difusión espacial de la industria (concentrada
en el norte –Asturias, Cantabria y País Vasco-, centro –Madrid- y este del país
–Cataluña y Valencia-). 3. Agricultura tecnificada (requiere
menos mano de obra en ciertos sectores del sector primario pero, a la vez,
genera más expectativas laborales porque se pueden obtener más beneficios y
expectativas de futuro). 4. Desarrollo endógeno. 5. Mayor
inmigración extranjera (sin embargo, debido a la crisis este factor comienza a
ser menos relevante).
Todo
ello ha contribuido a la consolidación demográfica de Madrid y los ejes
mediterráneos y del Ebro; pero también promueve proceso de desconcentración
demográfica y económica que favorece un mayor equilibrio. Sin embargo, todavía
hay amplias zonas del interior, como Castilla y León, Extremadura, Castilla La
Mancha, La Rioja y Zaragoza con una densidad muy baja.
3.
A modo de conclusión
La
densidad de población en España ha venido, por lo tanto, unida a factores tanto
naturales como históricos a lo largo de los siglos. Castilla, el territorio con
una mayor densidad de población, y motor de su prosperidad, ha dado paso a
otras zonas del litoral, debido a los procesos que se dieron en España tras el
descubrimiento de América, por un lado, la falta de políticas incentivadoras
del desarrollo económico, en el interior, por otro, y el mayor impulso que ha
cobrado Madrid (como capital y epicentro financiero) y las distintas regiones
de la periferia. Si bien, eso ha generado grandes desequilibrios que han
impedido un desarrollo económico-social más armónico del país.
Ahora
bien, tras la crisis de 2011, estamos a la espera de conocer cómo va a afectar
a la distribución de la población ante la pérdida demográfica que están
sufriendo algunas regiones, el envejecimiento de otras (densamente pobladas,
como es la Cornisa Cantábrica) y las políticas económicas que se puedan
desarrollar tanto desde el Estado y desde las Comunidades Autónomas para
facilitar el impulso económico que, en mayor medida, favorecerá el crecimiento
demográfico.
Aún
así, a pesar de la modificación de estas políticas, para mantener la demografía
interior, es muy difícil que se pueda proceder a un cambio drástico de la
situación.
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